La lógica dominante en las iniciativas puestas en marcha por los gobiernos, los parlamentos y los partidos para aplicar las TIC en el funcionamiento de la democracia ha sido usar Internet y las TIC como un mecanismo que permita que el sistema de siempre se adapte mejor a lo que ocurre ahora. Pero sin que signifique un cambio de paradigma en el modo de funcionar que calificaríamos de distante y jerárquico. Las experiencias realizadas se han dirigido a relegitimar y reorientar a las instituciones políticas y de gobierno, a través de métodos más sofisticados de gestión de la información, segmentación de públicos o marketing y comunicación política, pero sin que haya implicado cambios de fondo en las formas de hacer y de pensar de los actores políticos tradicionales. No se ha visto o no se ha querido ver que Internet y las TIC podían ensayar nuevas formas de ejercer y practicar la democracia.
En la práctica, ha preponderado una visión de mejora de la relación con los usuarios en el ámbito de las Administraciones, y una visión por parte de instituciones y partidos políticos en la que no se permitía ir más allá de la estricta lógica representativa ejercida por las élites políticas. No nos consta que se haya ido más allá en este tipo de experiencias.
Pero, ¿es posible pensar en otras alternativas? ¿Podemos pensar en una relación entre Internet y política que permita desplegar un potencial distinto? ¿Hace posible Internet imaginar escenarios de democracia más directa, con mayor implicación y participación de la ciudadanía en los asuntos colectivos? La primera respuesta debe ser depende. Depende de si lo que se busca es precisamente eso. Como ya hemos comentado, Internet no es la pregunta, pero sí puede ser una respuesta. Las dos estrategias que ahora analizaremos, de forma forzosamente esquemática, se relacionan con las TIC desde una concepción distinta a las hasta aquí planteadas. No se trataría de mejorar la relación y la comunicación entre élites representativas y ciudadanía. La preocupación no se centraría en la mejora de la capacidad de prestación o de elección de los consumidores-ciudadanos. Se pueden imaginar ahora otros escenarios, en los que precisamente lo que preocupe sea la calidad de la participación y la capacidad de implicación de la gente en los asuntos colectivos a nivel político tanto micro como macro. La perspectiva en la que queremos situarnos sería la de una ciudadanía activa, interesada en los asuntos colectivos, no sólo como vía necesaria para defender sus intereses, sino como forma de entender la democracia, una democracia de lo común, relacional y participativa. Pero, ¿es necesario repensar la democracia de la que disfrutamos? ¿No es algo meramente coyuntural la crisis de desafección y de alejamiento popular en relación con nuestras instituciones representativas?