Es indudable que nadie duda ya de la relevancia de las TIC en nuestras vidas. Hablábamos ya de ello en anteriores Informes de la Fundación Encuentro, y de manera especial en el del año 2010. Cada día que pasa estamos viendo más y más aplicaciones que modifican conductas o hábitos y cambian organizaciones. Pero seguimos quizás sin ser del todo conscientes de la transformación de fondo que implica todo ello. Decía Benjamin Barber, un experto en democracia, que la modernidad puede ser definida políticamente por las instituciones democráticas, y social y culturalmente por la civilización de la tecnología. Pero, el debate que históricamente se ha ido dando en relación con estos dos componentes, ha sido siempre muy vivo y con muchos aspectos polémicos. Los recelos sobre la tecnología ha estado siempre presente. En cambio, otros pensadores han confiado siempre en la ciencia y en el cambio tecnológico como palanca de desarrollo y de mejor calidad de vida. Para simplificar ese interminable y muy actual debate, proponemos centrarnos en tres posibilidades (no forzosamente excluyentes) en relación con los efectos de Internet y de las TIC: pueden agravar los problemas que hoy presenta la democracia representativa; pueden ayudar a solucionar o superar esos problemas; o pueden crear problemas nuevos que las propias TIC ahora no sean capaces de resolver.
Los más pesimistas consideran que estos cambios agravarán la deriva “virtualizadora” de la política que los medios de comunicación (radio, televisión) ya provocaron y que han ido convirtiendo –en opinión de muchos– a la política en algo casi virtual. En diversos Informes de la Fundación Encuentro nos hemos ocupado de ello. Pero, el temor es que esa deriva se vea sumamente reforzada en lo que puede ser la segunda generación de los medios de comunicación (redes electrónicas interactivas), conduciendo a dirigismos o populismos con mucha “política de comunicación”, pero sin deliberación. Para completar ese escenario pesimista, se habla del gran control de todo tipo de datos que permite Internet y de las sofisticadas potencialidades de marketing político o de manipulación informativa que puede generar. De hecho, hay pruebas evidentes (en China, Siria, Cuba o Reino Unido, por poner sólo algunos ejemplos recientes) del constante intento de los gobiernos de cualquier signo político para controlar las redes sociales.
Los ciberoptimistas, en cambio, consideran que Internet y las TIC favorecen y potencian mucha más transparencia de la ciudadanía a las actividades gubernamentales, permitiendo un mejor y mayor control de las mismas. Por otro lado, parece evidente –como se ha ido viendo recientemente– que las nuevas formas de comunicación horizontal entre los ciudadanos, y su interacción con parlamentos y gobiernos, puede llegar a equilibrar (o compensar al menos) el llamado “cuarto poder” (medios de comunicación), muy condicionado por las élites económicas y políticas, que han aprendido a utilizarlo para condicionar la agenda política y “formatear” las issues en cada momento. De hecho, se argumenta, esos efectos democratizadores y de contrapeso de poder en relación con instituciones y élites acabarán siendo potentes palancas democratizadoras de un sistema político que ha tendido a la opacidad y a la profesionalidad excluyente.
Pero, respecto a lo que en este análisis nos interesa, hay que reconocer que aparentemente las formas de operar de Internet y las TIC y las propias del sistema político no parecen ser demasiado coincidentes. La democracia, en su versión más convencional e institucional, nos ha acostumbrado a un escenario de deliberación, prudencia e interacción parsimoniosa, que conlleva habitualmente un gran derroche de tiempo. Todos somos conscientes de que, en cambio, la revolución tecnológica de Internet se caracteriza precisamente por la rapidez que imprime a todo con lo que entra en relación. No se trata, por tanto, de incorporar sin más las TIC en el campo de las instituciones democráticas y a sus formas y reglas de proceder. Pero sería suicida para el sistema político no tratar de ver y evaluar cómo cambian las relaciones e interacciones sociales y políticas la presencia cada vez más invasiva de Internet en nuestras vidas.