La crisis económica que estalló en 2008 y su continuo agravamiento hasta 2012 está teniendo en España rápidas y graves consecuencias en forma de desempleo, retracción del consumo, empobrecimiento y recorte de derechos consolidados de ciudadanía. Estamos ante una crisis de una magnitud sin precedentes históricos que está multiplicando el miedo y la inseguridad por la pérdida material de bienestar y la mayor vulnerabilidad de descenso social y de devaluación de estatus. Tanto la posición de clase como el poder de compra, los derechos sociales y la fuente de ingresos que creíamos aseguradas, devienen inseguras y en riesgo de empeorar.
Según el CIS, en marzo de 2012, el 50% de los hogares españoles manifestaba que su situación económica había empeorado en los últimos seis meses, el 44% ni había empeorado ni mejorado y sólo un 6% había elevado su nivel de renta en dicho semestre. Este mismo estudio indica que el 36% de los hogares puede ahorrar y acumular renta, siendo la fracción más indemne a los efectos de la crisis. La mitad de estos hogares solventes están formados por personas con niveles universitarios. En cambio, el grueso del 45% de los hogares españoles llega justo a fin de mes y un 19% pasa serias dificultades de insolvencia o endeudamiento.
El efecto depresivo de una crisis tan prolongada y llena de sobresaltos se traduce en un aumento generalizado del pesimismo y el fatalismo ante las perspectivas de futuro. En un reciente estudio global del Pew Research Center, European Unity on the Rocks: Greeks and Germans at Polar Opposites, el 71% de los ciudadanos españoles reconocen disfrutar de un nivel de bienestar superior al que tuvieron sus padres en la misma edad en la que son encuestados. Éste es un indicador subjetivo pero fidedigno de la remontada en el bienestar relativo entre padres e hijos producida en España durante los últimos treinta años de progreso y modernización. Ha sido vivido y es reconocido como un éxito generacional.
Sin embargo, este impulso de progreso se tiñe de fatalismo cuando se proyecta al futuro, puesto que el 69% de los españoles ve más difícil para sus propios hijos las probabilidades de ascenso social y mejora de estatus. La negativa expectativa respecto al ascenso social de los hijos no afecta por igual a todos los países y economías. Es más moderada entre los encuestados italianos (63%) o británicos (50%), cae al 39% entre los estadounidenses, al 37% entre los franceses y tan sólo preocupa al 23% de los alemanes.
La crisis ha puesto de actualidad y ha dado un mayor relieve al debate sobre cuestiones que parecían olvidadas como la justicia social, las políticas redistributivas, la igualdad de oportunidades y el poder de clase. Son cuestiones y fenómenos que la sociedad española había arrinconado al ámbito académico pero que ahora centran el debate público y las movilizaciones de indignación y protesta. Ante la crisis de la deuda, el estancamiento prolongado y los recortes del Estado de bienestar crece la preocupación por el riesgo de descenso social de las clases medias y por las inciertas oportunidades de futuro entre los jóvenes. Podríamos decir que las cuestiones de movilidad social se han activado por la actual crisis como una temática de sociología pública de interés ciudadano a la que esperamos contribuir con rigor analítico y didáctico.