La población empresarial es heterogénea, entre otras variables, por su tamaño. Esto suscita la cuestión de si los comportamientos de la empresa española difieren entre las pymes y las grandes compañías. El tema tiene interés por cuanto las pymes, que constituyen la casi totalidad del tejido productivo nacional, han sido casi mitificadas señalándolas como la fuente esencial del espíritu emprendedor e innovador, al contribuir decisivamente al crecimiento económico, a la creación de empleo y a la cohesión social en los ámbitos regional y local. Por el contrario, las grandes organizaciones han sido duramente juzgadas por su poder económico, los escándalos en las políticas de remuneración de sus cúpulas gestoras y su presumida baja contribución al bienestar social.
Aunque es indudable que por su número las pymes constituyen un grupo decisivo para cualquier economía avanzada y que el comportamiento emprendedor español descansa en términos absolutos en las empresas de autoempleo y microempresas, lo cierto es que en términos relativos el crecimiento más rápido se produce en las grandes compañías con 1.000 o más asalariados, siendo las pequeñas empresas el colectivo que parece encontrar más barreras para crecer, acentuándose esta pauta en las épocas de crisis. El “complejo de Peter Pan”, plasmado en la resistencia o renuncia al crecimiento, se une a los problemas de supervivencia y a la alta mortalidad que pesan sobre muchas pymes, aumentando aún más su debilidad como agente impulsor del desarrollo económico. La baja dotación de competencias de estas empresas se une a un insuficiente fondo competencial de sus empresarios, augurando un fracaso de su papel como actor de creación de riqueza.
Las dudas sobre la capacidad de la pyme para convertirse en el agente principal que contribuya a sacar a la economía española de la crisis vuelven a surgir cuando se analiza su conocimiento y permeabilidad al concepto de responsabilidad social, nítidamente inferiores a los de la mediana y gran empresa. El mismo tinte de preocupación se entresaca al estudiar la contribución de las empresas españolas al empleo. Las grandes empresas, siendo sólo el 0,4% de las empresas con asalariados, agrupan más del 41% de los puestos de trabajo, porcentaje que crece de forma continua a costa principalmente de las pequeñas firmas. Durante el período 1999-2012, el crecimiento del empleo en las empresas con 250 empleados o más ha sido del 64,5% del total creado en España. Además, las grandes empresas han exhibido desde la entrada en la crisis un mejor comportamiento laboral, iniciando más tarde la destrucción de empleo y limitando su cuantía a menos del 5% del empleo que absorbían en 2008, cuando las microempresas habían perdido un 16,2%, las pequeñas un 27,6% y las medianas un 18,3%.
Ante estos datos, es difícil seguir pensando que las empresas de tamaño reducido son la mejor baza para la salida de la crisis. Las grandes compañías han demostrado una capacidad superior para capear el vendaval económico en el que España está inmersa, y además parecen demostrar una sensibilidad superior a las responsabilidades sociales añadidas a la función ciudadana del empresario. El escepticismo sobre el impacto de la gran empresa en la creación de empleo, por su tamaño y capacidad, ha sido puesto en duda por la presumible tendencia de estas organizaciones a recurrir a la externalización de determinados servicios que no son su core business. Sin embargo, los datos agregados no confirman esta hipótesis y señalan que la gran empresa ha acrecentado su dimensión media y, en conjunto, la ocupación. En cambio, la indudable función dinamizadora que las pymes desempeñan no parece, en el contexto de la crisis actual, hacerlas capaces de ser el agente principal en la generación de empleo y riqueza, pues están acusando la depresión de forma notable.
Fiar pues la salida de la crisis a las microempresas y pequeñas empresas parece aventurado, dado que la historia constata un débil comportamiento emprendedor que las ha llevado a ceder participación poblacional y empleo a tasas superiores a la gran empresa. Invocar a los empresarios sin asalariados como camino para superar la depresión también tiene sus riesgos, puesto que por la inversión de capital que despliegan y las actividades que realizan se estaría fortaleciendo aún más el sesgo de la economía española hacia sectores de servicios de bajo valor añadido. Además, no se pueden olvidar los obstáculos que frenan el espíritu emprendedor en España y las desventajas competitivas que las firmas de tamaño reducido sufren en nuestro país por su difícil adaptación a las nuevas condiciones de la competencia en los mercados. En cambio, la estrategia de confiar la responsabilidad a las organizaciones de mayor tamaño choca con muchos estereotipos, pero no es contraria a las sugerencias entresacadas de la tendencia histórica del último decenio.