La política ha ido sufriendo los impactos de los cambios tecnológicos y sus estructuras de relación entre instituciones y ámbitos de decisión y el conjunto de la población ha ido cambiando a medida que se modificaban los instrumentos y las dinámicas sociales que esos cambios tecnológicos generaban. Se han mencionado ya ejemplos al respecto que obligaron a cambiar formas de hacer o que propulsaron transformaciones en las organizaciones políticas y en los mecanismos de relación entre instituciones y ciudadanía. Todo ello, en plena sociedad industrial, en pleno proceso democratizador del Estado liberal, y con avances y retrocesos en el acceso social a esos medios. Hoy estamos dejando atrás la sociedad industrial tal como la conocimos, con sus pautas laborales y sus dinámicas económicas. Y el cambio tecnológico está impulsando con gran rapidez cambios en todas las esferas vitales. No podemos equivocarnos y confundir Internet y las TIC con nuevas versiones de los antiguos instrumentos de comunicación. Es otro escenario social.
Una de las características más significativas de las nuevas sociedades en las que Internet y las TIC ganan terreno y se desarrollan es la creciente aparición y existencia de espacios de autonomía y de redes relacionales nuevas, en las que florecen comunidades plurales, que hacen de su especificidad o de sus micro o macro identidades su punto de referencia. La explosión de comunicación y de hiperconectividad que ha supuesto el afianzamiento de las TIC ha facilitado y facilita esa continua emergencia, y entendemos que permite una reconstrucción de la política desde parámetros distintos a los habituales.
Estamos asistiendo al surgimiento de una sociedad en la que la relación forma parte intrínseca de la comunicación, y no es un mero resultado de esta última o una especie de subproducto de la misma. Los dos elementos clave son la creciente subjetividad o individualización de los actores (que no forzosamente desemboca en el individualismo) y la enorme facilidad de comunicación que generan las TIC. En ese contexto se produce una gran demanda de autonomía (que va más allá del esquema libertad-control tradicional de la sociedad moderna), surgen mercados alternativos, aparecen nuevas redes y agregados sociales y emergen nuevas culturas que hacen de la diferencia su valor añadido. En la perspectiva tradicional (que recorre las estrategias anteriormente examinadas), las instituciones públicas parten de un concepto de libertad y de participación muy vinculado a la libertad y al ejercicio del voto, mientras el control se relaciona con el cumpliento de unas leyes emanadas de esa voluntad popular expresada con el mecanismo representativo. En el nuevo contexto social que estamos describiendo, la libertad se basa en una idea de intercambio que parte tanto de la autonomía de las partes como de la reciprocidad entre las mismas, mientras el control se confía a las propias reglas del intercambio asociativo.
En ese contexto, Internet y las TIC son los factores fundamentales con los que explicar esa nueva realidad, y, al mismo tiempo, constituyen el marco natural que permite su desarrollo, autonomía y sus constantes posibilidades de innovación y articulación. Gracias a las TIC es posible empezar a hablar de pluralismo reticular o de promoción o potenciación de la autonomía social capaz de generar singularidad, reciprocidad y comunidad, al margen de las medidas uniformizadoras y de los derechos abstractos de ciudadanía. Surge, en ese marco, una forma específica de ciudadanía social que encuentra sus propios valores en la urdimbre asociativa y cívica que se va tejiendo, más allá de una respuesta instrumental a problemas de sostenibilidad de las políticas de bienestar (que es como se ha tendido a ver a las ONGs muchas veces desde las insuficiencias actuales de los Estados en relación con las políticas de bienestar). Un mundo común, una ciudadanía comunitaria, territorializada o no, y que cuenta con las grandes potencialidades y ventajas de desarrollarse en el marco cada vez más consolidado de la sociedad de la comunicación.
La política, en ese escenario, se vuelve más difusa, adquiriendo características diferentes en cada ámbito, y no puede considerarse ya monopolio del Estado o coto cerrado de los organismos públicos. Las instituciones políticas no ocuparían ya el centro o el vértice de las condiciones de ciudadanía, de bienestar. Por debajo y en su periferia se ha ido tejiendo esa urdimbre cívica, fundamentada en las lógicas y los bienes relacionales. Es precisamente este aspecto autonómo y relacional lo que caracterizaría ese nuevo tejido social. Esas mismas características son las que, al mismo tiempo, le dan ese carácter fragmentario, de multiplicación de grupos aislados, en el que puede resultar difícil articular o reconocer una “sociedad” como tal. En esa fragmentación, llena de potencialidades y de posibilidades, puede resultar difícil reconciliar pluralismo con justicia, diversidad con pertenencia o democracia con diferencia. Por otro lado, no se puede caer en un “ciberoptimismo” ingenuo. Conviene recordar que el peso de las organizaciones públicas y mercantiles en la red es muy significativo y genera, y puede generar, nuevas jerarquías, controles y monopolios. A pesar de ello, lo cierto es que, a la sombra de las TIC, crece sin parar la realidad y el entramado cívico y asociativo, haciendo surgir nuevas comunidades reales o virtuales, desarrollando nuevas identidades, nuevos espacios o esferas públicos, incrementando la deliberación política y reforzando las nuevas autonomías sociales.
El movimiento del 15M en España, fenómenos anteriores en el norte de África, las movilizaciones de Occupy en distintas partes del mundo o el inesperado protagonismo del movimiento “Yo soy 132” en México, no pueden explicarse fuera de ese contexto. Es cierto que, si tomamos el caso del 15M, las bases de todo ello existían, y los nodos sobre los que se ha asentado la movilización estaban en parte establecidos. Pero sí ha sido inesperado y sorprendente el gran seguimiento que ha tenido por parte de personas que se han visto de golpe interpeladas y representadas por un conjunto de ciudadanos que expresaban su indignación y rechazo por lo que estaba ocurriendo. Y por lo poco que hacían los que se llamaban representantes políticos para defender sus derechos y condiciones vitales. De alguna manera, han coincidido la emergencia de un conjunto de redes que confluyen después de varias “movidas”. Algunas algo alejadas en el tiempo, pero significativas, como las de la “alterglobalización”. Otras más próximas temporalmente y más fundamentadas en las redes sociales, como las de “V de Vivienda” o las movilizaciones contra la “Ley Sinde”. De esos mimbres surge la dinámica que se articula en torno a lo que fue la convocatoria del 15 de mayo de 2011, y que supo recoger y convocar a mucha gente que de manera individual, social y familiar habían llegado a un punto de saturación sobre su malestar y se sentían poco o nada representados por partidos políticos, sindicatos y demás canales altamente institucionalizados.