Merece la pena insistir en lo que tiene de distintiva la perspectiva sociológica de la desigualdad social. En primer lugar, los sociólogos abordan la estratificación de forma multidimensional: las desigualdades que nos es dado observar en las complejas sociedades desarrolladas en modo alguno se pueden reducir a una única dimensión; además, las diferentes dimensiones de la desigualdad (renta, riqueza, prestigio, educación, salud, felicidad, etc.) no necesariamente tienen por qué coincidir, produciéndose a menudo claras inconsistencias entre unas y otras. En segundo lugar, frente al enfoque típico de los economistas y otros científicos sociales, que es sobre todo atributivo, la aproximación de los sociólogos es eminentemente relacional. En otros términos, mientras los economistas suelen trabajar con un concepto de la desigualdad que se preocupa de los atributos —en particular, renta, riqueza y a veces educación— que en mayor o menor cantidad poseen los individuos, los sociólogos abordan la desigualdad interesándose por el tipo de relaciones sociales en las que unos individuos obtienen ventajas sobre otros.
Desde el punto de vista sociológico, en las sociedades actuales las clases se definen fundamentalmente por las relaciones sociales en el mercado de trabajo. ¿Por qué el mercado de trabajo es la matriz social básica de la que nacen y en la que se insertan las clases sociales? Porque el empleo es la principal fuente de ingresos para la gran mayoría de la población, de modo que es la posición en la estructura ocupacional la que resulta fundamental para generar desigualdades sociales. Dicho de otro modo, las oportunidades vitales de individuos y familias dependen en muy buena medida del tipo de trabajo que realizan y, por lo tanto, su ocupación se convierte en el principal indicador de su posición en la estructura de clases. Una ventaja importante de este concepto relacional, frente al atributivo, de la desigualdad es que la ocupación suele cambiar poco a lo largo del ciclo vital de una persona. Por tanto, la clase social es un mejor indicador de las oportunidades vitales de los individuos a largo plazo que, por ejemplo, la renta, que suele estar sujeta a una mayor fluctuación.
En nuestro trabajo, nos vamos a centrar sobre todo en las clases sociales como categorías surgidas de las relaciones de empleo. Se sigue de ahí que las clases han de entenderse como conjuntos de posiciones en la estructura ocupacional o, más simplemente, como agrupaciones de ocupaciones. El esquema con el que vamos a trabajar es la llamada Clasificación Socio-económica Europea (ESeC, por sus siglas en inglés) y se compone de las siguientes diez categorías básicas:
(1) grandes empleadores y altos profesionales y directivos;
(2) profesionales y directivos medios, técnicos, administrativos y supervisores de rango superior;
(3) trabajadores de cuello blanco de rango superior;
(4) pequeños empleadores y trabajadores autónomos no agrícolas;
(5) trabajadores autónomos agrícolas;
(6) supervisores y técnicos de rango inferior;
(7) trabajadores de cuello blanco de rango inferior;
(8) trabajadores cualificados;
(9) trabajadores semicualificados y no cualificados; y
(10) excluidos del mercado de trabajo y parados de larga duración.
El esquema ESeC se deriva de los trabajos teóricos y empíricos de John Goldthorpe, profesor emérito de la Universidad de Oxford y uno de los mayores expertos contemporáneos en estratificación y movilidad social, y se forma agrupando las ocupaciones codificadas a tres dígitos en la variante europea de la Clasificación Internacional Standard de Ocupaciones 1988 (ISCO-88) que, por sus características (estatus de empleo, tipo de contrato, etc.,) mantienen una posición similar en el mercado de trabajo. Una vez establecidas las diez categorías básicas, la clasificación permite ulteriores agrupaciones, más sintéticas, que reducen el número de clases.
La clasificación, como su propio nombre indica, ha sido diseñada en el contexto europeo, ha demostrado hasta ahora un más que aceptable grado de validez y es apropiada para hacer comparaciones internacionales. Por todo ello, será nuestro instrumento básico para dibujar el mapa de las clases sociales en España, estudiar su evolución en el tiempo y cotejarlo con el de otros países europeos.