Los datos de la última Encuesta de Población Activa nos vuelven a alarmar por las altísimas tasas de paro de la población más joven. Más de un tercio de los menores de 30 años son desempleados, una proporción que llega al 45% entre los menores de 25 años. Y es que lo que caracteriza a esta crisis frente a las vividas en los años 80 y 90 del siglo XX, es su efecto tan negativo en la generación que había empezado a incorporarse al empleo.
Porque ese mal dato de paro lo es más si se tiene en cuenta que entre los jóvenes menores de 30 años se está perdiendo población activa, bien porque se desaniman ante la imposibilidad de encontrar un empleo, o bien porque han vuelto a ser estudiantes –en vez de parados-, sin que las dos causas sean excluyentes. La trayectoria de la gente joven en esta crisis está siendo la de pasar desde el empleo al paro, o desde el paro a la inactividad. No es sólo que no encuentran su primer empleo porque hay crisis, sino que están perdiendo los empleos que habían conseguido en esa siempre difícil inserción laboral inicial. Los menores de 30 años han perdido el 33% de los puestos de trabajo que tenían a finales de 2007, cuando la crisis empezó a dar la cara.
Podría pensarse que el problema se concentra entre los jóvenes que carecen de formación, dado que en los años de bonanza económica muchos tomaron la decisión de trabajar y abandonaron los estudios, incluso sin titular en la ESO. Pero aunque en estos casos la pérdida de empleo es mayor, sobre todo entre los menores de 20 años, no es menos cierto y dramático que la reducción de puestos de trabajo está afectando a toda la población joven, independientemente de si han concluido los estudios secundarios o incluso si tienen una titulación superior. Entre los jóvenes de 24 a 29 años con estudios superiores se ha perdido ya el 24% de la ocupación existente al empezar la crisis, una proporción que alcanza al 28% entre quienes tienen estudios de grado medio.
Esta situación contrasta con la mayor resistencia de quienes tenían, por edad, una posición más consolidada en el mercado de trabajo. También están perdiendo empleos quienes tienen entre 30 y 44 años, pero en mucha menor proporción, y a partir de los 45 años incluso hay una pequeña ganancia de ocupación, que es mayor si se tienen estudios superiores. Con este nivel de estudios, a partir de los 35 años todos los grupos de edad están ganando empleo a pesar de la crisis.
Por tanto, la sociedad española está ante un conflicto entre dos generaciones que deben competir por el empleo escaso y donde la de más edad no está de retirada, a diferencia de lo que le sucedió a esta última cuanto tomó el relevo laboral de su predecesora, que tenía cumplida su vida de trabajo -empezó a trabajar muy joven- e insuficiencias formativas irrecuperables. Los jóvenes que empujan hoy para conseguir un empleo tienen que competir con una generación, la de sus padres, mucho más consolidada en el mercado de trabajo –tiene experiencia y no está en la puerta de la jubilación-, y ni siquiera tienen a su favor una gran diferencia formativa.
El drama de estos jóvenes es que, un corte duradero en su vida laboral como el actual, no sólo produce frustración en el presente, sino que rompe el futuro inmediato. Una licenciada en filosofía de 33 años manifestaba con angustia su deseo de ser madre y no atreverse a tomar la decisión porque no tiene empleo –siente que para hacer ambas cosas se le acaba el tiempo-. Y una ingeniera industrial de 34 años, madre reciente y en paro porque su empresa no le renovó el contrato temporal, que finalizó en coincidencia con la baja de maternidad, ve cada vez más difícil volver a tener un trabajo acorde con su titulación. Lo que empiezan a percibir estos jóvenes no es sólo que las cosas han dejado de ser fáciles para ellos, aunque les sigan ayudando sus padres –el amortiguador del conflicto-, sino que no pueden construir una narración vital hacia el futuro.
De repente parece que se ha roto la confianza en la racionalidad que nos guió hasta aquí, la del crecimiento económico ilimitado y la del derecho a tener todos los derechos, incluso sin asumir responsabilidad. Una racionalidad que ha estado avalada por la economía especulativa, por la política de lo inmediato y por la cultura de la fragmentación y de la diferencia frente al valor de lo común. ¿Queremos discutir esa racionalidad que parece fracasada? ¿Sobre qué otras razones, valores y legitimación social la confrontamos?