Duodécima y trigésima Estación
DUODÉCIMA ESTACIÓN
La Ascensión de Jesús
(Lc. 24,50-53)
Después los condujo [fuera,] hacia Betania y, alzando las manos, los bendijo. Y, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén muy contentos. Y pasaban el tiempo en el templo bendiciendo a Dios.
En este episodio se produce una despedida, pero es diferente a las que estamos acostumbrados. Normalmente suelen ser tristes, con un tono melancólico sobre todo cuando dejamos atrás un ser querido o una historia que se acaba. En el pasaje, los protagonistas se van contentos y llenos de paz con la bendición. Más que una despedida es un descubrimiento, algo que te cambia la vida. Reconocer a Jesús en su vida les transforma y les llena. Nosotros tenemos una despedida cercana. A las puertas cerradas y a los muros que nos rodean les queda poco tiempo para caer. Saldremos a la calle, nos reuniremos con amigos y serán días de alegría para todos. Antes, con la Resurrección tenemos la oportunidad de abrir las puertas y derribar los muros de nuestro corazón para poder ver a Jesús como los discípulos de Betania.
(Juan Martínez Rodríguez, estudiante de Filosofía)
DECIMOTERCERA ESTACIÓN
María y los discípulos esperan en oración la venida del Espíritu Santo
(Hch 1,12-14)
Entonces se volvieron a Jerusalén desde el monte de los Olivos, que dista de Jerusalén tan sólo un camino de sábado. Cuando llegaron, subieron al piso superior donde se alojaban: Pedro y Juan, Santiago y Andrés, Felipe y Tomás, Bartolomé y Mateo, Santiago de Alfeo, Simón el Zelota y Judas de Santiago. Todos ellos, con algunas mujeres, la madre de Jesús y sus parientes, persistían unánimes en la oración.
Antes de ascender al cielo, el Señor les ha dicho que van a recibir el Espíritu Santo. Es el comienzo de la Iglesia, es comunidad y oración. Ahora tienen que esperar a que se cumpla lo dicho por Cristo y rezan. Rezan en comunidad que es lo que Cristo les ha enseñado desde el principio de su predicación, hay que hacer, hay que ser comunidad. Pero comunidad de hermanos tal como les enseñó Jesús, porque “todo aquel que cumple la voluntad de Dios es mi hermano” en Cristo (Mt 12, 50).
(Antonio Gil-Delgado, estudiante de Filosofía)