Durante el trabajo de campo, el equipo investigador suele ir recopilando notas, observaciones, comentarios y sucesos relevantes que suceden en el desarrollo de éste. Estas anotaciones quedan reflejadas en el conocido como diario de campo del investigador: un documento de carácter muy personal que funciona como herramienta fundamental para el buen desarrollo de la labor investigadora. El diario sirve, principalmente, para recoger aquellas cosas relevantes que las grabaciones de las sesiones no podrían capturar, pero que, sin embargo, condicionan su desarrollo de manera definitiva. Entre otras cosas, en el diario de campo se registra el lenguaje no verbal de los entrevistados, las interrupciones que pudieran haberse producido, así como el contexto o características del lugar en que se hicieron las entrevistas. Todo ello con objeto de, en un momento posterior de reflexión y análisis, poder rescatar aquellas sensaciones que nos retrotraerán al momento de la celebración de las entrevistas.

Por otro lado, un uso muy habitual del diario de campo es el de registrar algunas observaciones generales sobre el contexto de la investigación, en este caso, las cosas significativas que han podido surgir durante las distintas visitas al campo. De esta manera, el diario de campo sirve también como un documento que atestigua el paso del investigador por el barrio y las cosas que han llamado su atención.

Queremos compartir desde aquí uno de esos diarios de campo, donde queda reflejado un paseo por el barrio de Arangoiti, en Bilbao. En este documento trató de reflejarse algunas de las cosas significativas que llamaron la atención del equipo en una de sus primeras visitas al barrio:

UN PASEO POR EL BARRIO DE ARANGOITI, BILBAO.

Subimos por la cuesta de los Capuchinos de Deusto, un viejo camino a espaldas del barrio que sirve como frontera física de los límites de este. En un lugar destacado se encuentra un caserío antiguo, donde vive una señora sola. Es la primera muestra de la historia viva del barrio, un barrio moderno donde antes “todo era monte”, en palabras de algunos de sus vecinos.

En el colegio, paralelo a la cuesta de los Capuchinos, las niñas y niños juegan en los patios. Hay un huerto escolar bien atendido que, durante los recreos, se ve concurrido por parte del alumnado y un monitor, que se afana en explicaciones sobre los cuidados de las plantas.

Muy cerca del colegio se encuentra un conjunto de nuevos bloques de viviendas de VPO, conocidos como los “nuevos bloques”, o los “bloques blancos”.  La primera sensación es la de un conjunto de viviendas que “no tienen alma”: son bloques de hormigón, ladrillo y chapa, con pasillos entre medias que resultan poco acogedores. No hay ningún banco, ni jardín ni otro punto de encuentro vecinal que haga su visita más agradable.

Continúa el paseo por el camino de Bérriz, que bordea el barrio por el monte que se encuentra a sus espaldas. Desde el camino se observan unas fantásticas vistas de todo el barrio. El camino, rodeado de pequeñas huertas, fincas y caseríos recuerda, nuevamente, lo moderno del barrio. Al mismo tiempo, da buena cuenta de lo imposible que resulta la expansión de la ciudad de Bilbao por este flanco, por lo que Arangoiti es y será irremediablemente uno de los extremos del área metropolitana bilbaína. Por el camino transita poca gente, en su mayoría nativos de avanzada edad en ruta hacía sus propiedades. El barrio queda, así, delimitado por el inclinado paisaje del monte y un parking disuasorio en las faldas de este, anexo al colegio y con una ocupación variable en función de los horarios escolares.

La imagen que los nativos tienen sobre el barrio se restringe a las tres calles que lo atraviesan. En torno a las mismas y los bloques a la que dan acceso, se organiza la mayoría de la vida del barrio. En estas calles se concentran los negocios que todavía quedan abiertos: un par de bares, tiendas de alimentación y algún pequeño comercio, ya casi anecdótico. El centro del barrio se corresponde, precisamente, con la intersección de esas tres calles. Los bares con más clientela del barrio disponen sus terrazas en la plaza peatonal donde se cruzan las calles. Allí se dan cita la mayoría de los vecinos del barrio: mujeres de mediana edad se reúnen para charlar, hombres mayores en solitario escudriñan a los transeúntes y jóvenes de origen inmigrante se saludan y continúan con sus quehaceres.

La zapatera del barrio, una mujer que ronda los 50 años, nos apunta que ya casi no queda comercio tradicional en el barrio: si acaso algún bar que persiste abierto desde hace 30 años. También nos apunta que antes había todo tipo de comercios en el barrio: una lonja (la pescadería pequeña que quedaba cerró recientemente), una ferretería, varias carnicerías, pescaderías, etc. En la actualidad quedan dos tiendas de fruta y verdura regentadas por población de origen inmigrante.

En el bar situado en la calle Araneko, una de las centrales del barrio, entran y salen señores de avanzada edad, en su mayoría para tomar el vermouth y marchar. No permanecen más de 20 o 30 minutos, durante los cuales apenas interactúan con nadie, aunque con frecuencia se dirigen a otros parroquianos con algún comentario frugal. Un grupo de 3-4 señores, no obstante, parece estar teniendo una acalorada discusión sobre problemas por la tenencia de armas de caza y el estado de los cotos cercanos al barrio.

Algunas zonas del barrio parecen estar en proceso de renovación. La actividad principal se resume en la rehabilitación de viejas fachadas o la renovación de parte del mobiliario urbano y las vías públicas. Una de las novedades más destacadas por los vecinos es el nuevo servicio de bicicletas eléctricas. La otra gran novedad es el servicio de ascensor que permite ahorrar las fatigosas cuestas que le dan acceso.

Lo cierto es que la mayoría de las personas que transitan el barrio son nativos de avanzada edad. Los mismos que utilizan de manera asidua el servicio de autobuses y el ascensor, que da servicio al barrio y lo conecta con el cercano Deusto y con el resto de Bilbao. Por algún comentario llegamos a saber que el coste del servicio es simbólico: 40 céntimos de euro. Ambos servicios supusieron un antes y un después en el barrio, siempre castigado por su desconexión con el resto de la ciudad.