«Silvia estuvo cuatro años enganchada al juego en el salón de apuestas de su barrio, donde en 48 horas se fundía el sueldo del mes.
Silvia tuvo la mala suerte de acertar un pleno en la ruleta con 22 años. No recuerda cuál fue el número al que apostó, pero aquella cifra le abrió la puerta del infierno. Hoy, con 30 recién cumplidos, puede hablar de su adicción al juego con la serenidad de quien sabe que nunca estará curada del todo. Es curioso cómo un sitio al que nunca prestó atención, que solo era parte de su paisaje diario, pasó a ser su casa y su calvario. La sala de apuestas está a pocos metros de donde vive, al otro lado del parque. Es uno de esos casinos urbanos que han crecido sin control en todas las ciudades españolas en los últimos años. Sobre todo, en barrios de clase media y baja. Cuenta Silvia (nombre ficticio para preservar su identidad) que en estos locales te invitan al café, al refresco o a la bebida alcohólica que prefieras con tal de que te quedes. Ella empezó a ir de manera esporádica, “no te vuelves ludópata de la noche a la mañana”, pero notaba que aquello le tiraba mucho y sabía que “cuando empezara a ir sola iba a tener un problema”.»
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