Hemos cumplido cinco años como padres. Cinco. Sí, sé que son pocos, pero nosotros ya hemos entrado en esa fase en la que todo lo vivido hasta el momento se dulcifica –y se idealiza– estrepitosamente. Nos dimos cuenta un sábado por la tarde no hace mucho. Estábamos viendo un vídeo de nuestra hija mayor grabado tres años atrás. Era su cumpleaños. Tenía frente a ella el bizcocho que habíamos preparado juntas la tarde anterior entre harina desparramada, ríos de leche sobre la encimera y huevos que incitan a ser estrujados como apoteosis de un plan perfecto. Miraba con atención la vela verde, esa que compramos por la sonrisa y los ojitos pintados y que guardamos en una cajita en lo alto del armario. Un dos. El clic de mechero que precede al soplo. Y adiós al primer año.Leer más [fa type=»long-arrow-right»]
[fa type=»file-text»] Fuente: El País