«Los primeros problemas llegaron cuando nació mi hijo biológico. En ese momento, Roberto tenía 5 años. Celos horribles, rechazo total al colegio, pasividad absoluta, desinterés por el aprendizaje y violencia con otros niños e incluso nosotros. Expulsado de tres colegios, castigos y veranos en internados hasta que, el día que cumplió 16 años, decidió que no volvería a clase nunca más. Y se quedó en casa rabioso, con odio en la mirada y el insulto en la boca. Lo habíamos sacado de su país (…) Después de cuatro años sin querer hacer nada, y cuando él ya había cumplido los 20 y sus niveles de rabia nos habían desestabilizado a todos, tomamos la decisión de acompañarlo de vuelta a Guatemala. Decidió quedarse ahí, y no tengo palabras para expresar mi dolor en ese momento».
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