Pasaban unos minutos de las ocho de la noche cuando Juanjo, un vecino de Tetuán, caminaba por el lateral de la parroquia de Santa Micaela y San Enrique. Iba con los cascos y distraído hasta que un movimiento fugaz en un escalón de un lateral del edificio le hizo pararse. Se quitó los cascos y entonces pudo escuchar nítidamente el llanto de un bebé. Lo que se había movido era el bracito de una recién nacida de tres días. Había sido abandonada vestida con un pijama de cuerpo entero y apenas la cubría un pañuelo fino en una noche que el termómetro marcaba 4 grados.
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