«‘Jomío’, mi hijo de tres años, está diagnosticado ahora mismo como un niño con rasgos compatibles con un TEA en grado de leve a moderado.
Cuando me quedé embarazada de Jomío (así lo llamo cariñosamente) me quedé petrificada. Ya teníamos dos niñas de cinco y siete y yo contaba ya con 42 años así que estábamos felices de tener dos niñas y no entraba en nuestros planes tener un tercero. Aunque sí que es verdad que años atrás habíamos fantaseado con la idea ya la habíamos desechado. Pero Jomío tenía otros planes y decidió que tenía que llegar a nuestra familia. Nació en un parto programado por cesárea (mi tercera), sin ninguna complicación. A los cinco minutos la ginecóloga, me dijo: “Está perfecto, no tiene síndrome de Down, por cierto, que se te ha olvidado preguntar”. Esta frase tenía un sentido: en una de las primeras pruebas nos dijeron, en el triple screening, que Jomío tenía unas altas probabilidades de tenerlo, pero como si lo tenía no pensábamos abortar, decidí no hacerme la prueba y dejar que la vida decidiera. Y decidió que no tenía Down. Enseguida se mostró como un niño muy glotón, risueño y muy tranquilo, lo que se llama pachorro. Salvo porque durante los tres primeros meses me tenía agotadita porque aguantaba como mucho dos horas sin comer, el resto fue una delicia de bebé. Guapo, rechoncho, con risas interminables, lo que se conoce como bebote. Lo que en las aldeas antiguamente te decían como: está bien criado.»
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