«Gaby y Gabriel decidieron tener a su hija a pesar de las presiones de los médicos para que abortaran. Martina vivió solo 24 días, pero cambió la vida de su familia.
Cuando a Gaby le pusieron a su hijita en el pecho, nada más nacer, se dio cuenta de que no dejaba de mirarla. «No parpadeaba porque no podía cerrar los ojos». Fue la primera evidencia de las graves malformaciones con las que venía la pequeña, que la abocaban a la muerte. «En el momento del parto yo no quería que la niña saliera de mí, quería que siguiera conmigo». Un instinto maternal para protegerla que Gaby ya había experimentado meses antes, a las 17 semanas de embarazo, cuando en una ecografía rutinaria de control descubrieron que la niña sufría holoprosencefalia. «Tenía todos los órganos bien, pero le faltaba una parte del cerebro, la que afectaba al desarrollo motor».»
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