«La sinceridad de los pequeños puede ser penalizada por los adultos, pero debería darse más valor a su honestidad y transparencia.
La espontaneidad de los niños menores de cuatro años despierta más de una sonrisa tierna entre los adultos, que han perdido esa faceta fresca para adaptarse a las normas sociales a la hora de comunicarse. La edad de los hijos es un prisma determinante para que los padres acepten que los más pequeños digan lo que piensan sin filtros o callen lo que pasa por su cabeza. La permisividad social con los menores de cuatro años que dicen lo que piensan, independientemente del efecto que provoque en su interlocutor, se debe a que se considera que “los niños no han desarrollado habilidades sociales complejas ni son capaces de establecer juicios morales, por lo que, en muchas ocasiones, dicen lo primero que les viene a la cabeza o son extremadamente sinceros, lo que en los más pequeños es algo que nos resulta, incluso, divertido. A medida que van creciendo, interiorizan normas sociales y aprenden a ser más empáticos o políticamente correctos”, explica Soraya Rebollo, psicóloga, especialista en niños y adolescentes.»
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