«Para resumirlo por si alguien se lo quiere tatuar, “cuanta más prisa tengas tú, más despacio irán ellos”.
Pocas cosas unifican tanto a los padres de distinta edad, clase social y lugar de residencia que los nervios por la velocidad de sus hijos.
Me explico: no es que les entrenen para los 100 metros lisos porque necesitan la pasta de los patrocinadores, sino que es muy frustrante comprobar que adultos y niños llevamos dos ritmos vitales totalmente opuestos. Cuando nosotros estamos cansados, vamos a cámara lenta y necesitamos una tregua, ya sea en forma de siesta o de café, los niños están como el diablo de Tasmania, inquietos y veloces esperando nuevas actividades o ansiosos por ir disparados a otro lugar.»
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