Tras cinco años y siete meses trabajando en la misma tienda de São Paulo, a Ana (nombre ficticio), la despidieron a principios de noviembre porque tenía que cuidar de su hija de dos años. Esta mujer de 27 años, que prefirió mantener el anonimato, vive en Morro Doce -en las afueras de la capital, y, con las guarderías cerradas desde que comenzó la pandemia, dejaba a su hija con una vecina. “Esta chica cuida de unos 25 niños en su casa, pero hay que recogerlos a las cinco de la tarde. Mi jefe quería que hiciera horas extras, le expliqué que no podía por mi bebé y me despidió”, cuenta. Hasta la llegada de la covid-19, en São Paulo había unos 340.000 niños matriculados en centros de educación infantil. La falta de plazas para satisfacer la demanda de la ciudad más grande de Brasil ya era un problema para muchas familias y un desafío para la administración municipal. La crisis sanitaria ha empeorado la situación.
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