Los adultos tendemos a repetir patrones normalizados en el entorno a la hora de educar. Gritar es en muchos casos cómo hemos sido educados y una práctica repetida socialmente en la que, en ocasiones, los padres acabamos mimetizándonos sin darnos casi cuenta. Cuando los nervios danzan a su aire, es fácil dejarse llevar y levantar la voz. Pero ¿sirve para algo?, ¿tiene efectos negativos en los niños y niñas?, ¿estamos educando en buenos valores con los gritos?
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[fa type=»file-text»] Fuente: El País