Los más recientes estudios, en especial los de neuroimagen, revelan que las manifestaciones de cariño a los niños desde que nacen, en sus múltiples formas (suaves achuchones y abrazos, besos, palabras dulces, interaccionar con el bebé con la sonrisa y demás gestos agradables del rostro) son tan importantes para el óptimo desarrollo del pequeño como una nutrición sana, un sueño plácido y los controles periódicos al pediatra. Se ha demostrado, por ejemplo, que los niños que viven en un ambiente familiar favorable, frente a los niños institucionalizados y/o con carencias afectivas, poseen un mayor equilibrio emocional, son más altos al dormir mejor y, por lo mismo, segregan más hormona del crecimiento (GH), tienen un mayor rendimiento escolar y gozan de un desarrollo más saludable en general.
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