Los niños nos necesitan. Nos quieren a su lado cuando bailan, se bañan, comen, tosen y duermen. Necesitan nuestro olor, las palabras, nuestras manos acariciándoles y que le expliquemos el mundo. Precisan a sus padres como el aire, a todo gas, sin medias tintas, dándolo todo y con los sentidos centrados en él o ella. En las primeras fatigas de la madre, de ataques de sueño descontrolado y de las faltas de la regla, hay que destronar al rey/reina para hacerle saber que a palacio vienen nuevos cortesanos. Que compartir a mamá y papá va a ser como el “cena, baño y sueño”, de obligado cumplimiento. La llegada de un nuevo bebé debería ser una fiesta de serpentinas (una alegría de colores), pero hay que preparar a nuestro único hijo para ser el hermano o hermana mayor. Y esto requiere preparación y adaptación.
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