Recuerdo el día que mi madre me comunicó entre lágrimas que mi abuela había fallecido. Creo que me impresionó más verla llorar que la noticia en sí. Tendría unos diez años y fue la primera pérdida que sentí en mi piel. Adoraba a mi abuela y la noticia me dejó fuera de cobertura. Su muerte me enseñó de una bofetada lo frágil que era la vida, me demostró que era un hecho irreversible, me hizo sentir inmensamente triste.
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[fa type=»file-text»] Fuente: El País