Los ojos de Raúl Vigara hablan por sí solos. No hace falta que cuente su lucha, basta con leer una mirada que desvela el poso del dolor y la esperanza de su batalla. Con 16 años ya ha descubierto los sabores más amargos de la vida, la puñalada del insulto y la soledad del desdén. A su espalda pesan los cambios de instituto, las noches en vela y la impotencia de un rechazo injustificado. En su caso, el objeto del acoso fue su condición sexual, algo que, en los primeros años de colegio, ni él mismo conocía.
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[fa type=»file-text»] Fuente: La Razón