Qué maravilla contemplar a un niño durmiendo. ¿Por qué será que cuando los vemos así, quisiéramos despertarles, para achucharles y decirles que les queremos todas las veces que no lo hemos hecho? ¡Qué sensación maravillosamente extraña la de querer dormir impacientemente al que está despierto para luego sentir el deseo irresistible de despertarle cuando está apaciguadamente durmiendo! Quisiéramos pedir perdón por las formas injustas que han empañado el cristal puro y transparente de su inocencia. Por haber perdido los nervios, por nuestras miradas duras, por haber desperdiciado momentos con él, por haber deseado que, por fin, se duerma. Así es la dulce culpabilidad que habita permanentemente en el corazón de una madre, de un padre, que ama.Leer más [fa type=»long-arrow-right»]
[fa type=»file-text»] Fuente: El País