Ricky empieza a trabajar como repartidor de paquetes endeudándose hasta las cejas para comprarse una furgoneta. Su mujer, cuidadora a domicilio, apenas tiene tiempo de ver a sus hijos, pero nunca pierde la paciencia con sus desvalidos clientes. El hijo mayor prefiere hacer grafitis y meterse en líos que ir al instituto. La pequeña se comporta como una adulta a deshora.Leer más [fa type=»long-arrow-right»]
[fa type=»file-text»] Fuente: La Razón
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