Apenas pasan unos minutos de las 11 de la mañana y un inmenso guirigay inunda el patio de la escuela Pompeu Fabra de Manlleu, en Barcelona. En el campo de fútbol, arranca una pachanga. Una alumna rubia cruza el patio a toda velocidad, entre risas, detrás de otro niño de piel negra. “Él llegó hace 15 días de Ghana. Ella nació aquí. Ya son amigos”, interviene la directora, Lourdes Areñas. El centro tiene 510 alumnos, el 27% de origen inmigrante. Marroquíes, sudamericanos, chinos, rumanos, ghaneses. Pero en el patio el pasaporte no importa. La primera barrera es la lengua. Luego, casi todo va rodado, asegura la docente. Casi todo.Leer más [fa type=»long-arrow-right»]
[fa type=»file-text»] Fuente: El País