Ayer volvió a pasar. El desfile de galletas y bollos industriales que se sucede cada tarde en el parque. El que sale de las mochilas y las bolsas y se dirige con paso firme a las manos de todo aquel que quiera cogerlas. Y compartirlas, claro. Porque la merienda acaba repartida entre pequeños grupos de niños y niñas que parecen haber aprendido el valioso arte de la negociación y el trueque. A veces, pocas, las frutas se cuelan en el juego. Otras no tienen opción, y terminan volviendo a casa. Lacias y blanduchas, hartas de tanto viaje.Leer más [fa type=»long-arrow-right»]
[fa type=»file-text»] Fuente: El País