“Cuando era bebé, sufría con la familia, en el pediatra, en la guardería, con las amigas y hasta en las salas de lactancia, cuando las mamás comparaban a sus nenes de triple michelín y fardaban de percentiles. Que si mi hijo está en el 90, que si el mío usa la talla de nueve meses y tiene tres… y así todo el rato, como si fueran a vender a sus retoños por kilos en la carnicería”, recuerda Beatriz Jiménez, mamá de un niño de cuatro años que, desde que nació, se ha movido en los límites de la normalidad, rozando el percentil 3 de talla y peso. Eso sí, “sano como una pera”. Su hijo, que no fue prematuro, nació pequeño: 2,250 kilos y 46 centímetros. Y así sigue. “Encima, siempre ha sido muy mal comedor”, se lamenta esta madre, que no ha parado hasta descartar cualquier tipo de patología.
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