Según los últimos estudios –no necesitamos para esto la cocina de Tezanos–, el porcentaje de parejas felices que se divorcian es exactamente 0%. El divorcio, en numerosas ocasiones, pone fin a una situación de gran sufrimiento previo y, por ello, suele vivirse como un alivio, pero conviene no engañarse; por mucho alivio que uno pueda sentir, es un sentimiento que lleva adosado un dolor extremo. Un divorcio -es indudable- supone un fracaso estrepitoso, una catástrofe afectiva y el final de un proyecto vital sobre el que has cimentado tu personalidad desde niño. No se cae un sueño, se cae tu propio nombre, tu construcción de ti mismo. Debes saber esto antes de tomar la decisión: un divorcio tiene consecuencias, algunas de ellas irreversibles. “Que la vida va en serio uno lo empieza a comprender más tarde”, y hay un gran riesgo de que el divorcio no solucione nada.
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