Asumimos el acto de concebir un hijo como algo privado, como un trámite resuelto en la intimidad de las sábanas y en el que solo dos personas tienen derecho a opinar. Eso en el caso de una pareja heterosexual o en la que óvulos y espermatozoides funcionen casi a la perfección. Si alguno de esos dos supuestos no se da, tener un hijo se convierte en una cadena parecida a la de una granja de cría intensiva y en un tema de chismorreo público.
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[fa type=»file-text»] Fuente: El Diario