El barullo es ensordecedor en el comedor del colegio público San Bartolomé, en Fresnedillas de la Oliva, un pueblo de 2.800 habitantes en la sierra oeste de Madrid. 23 niños y niñas de 2 a 8 años se preparan, entre gritos y juegos, para comer. De primero, ensalada de garbanzos con atún y remolacha. Después, salmón al horno con ensalada de tomate. “Una innovación del chef”, cuenta sonriente la directora del centro, Cristina Del Pozo. Este es el tercer curso que José María Pizarro, Chema, trabaja entre fogones con la música de la radio de fondo. Pero hace cuatro años, en San Bartolomé no había cocinero y la comida llegaba en bandejas. Este colegio es ejemplo de una realidad pujante: cada vez más familias exigen cocinas propias en los colegios para desterrar el catering.
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