Cuando Héctor y Loli tuvieron a sus mellizos en 2014 nada parecía señalar el arduo camino que tenían por delante. Cumplían su ilusión de ser padres tras sufrir un aborto espontáneo un año antes y el embarazo se había desarrollado sin problemas. Y sin embargo, ambos pequeños fallecieron al poco de nacer: Ángel a los seis días y Daniel a los 12, por citrulinemia, una rara mutación genética que impide que la urea se metabolice correctamente y que solo se manifiesta en la descendencia si está presente, como fue el caso, en ambos progenitores. Desde ahí, el luto, dos intentos de fecundación in vitro en una clínica de fertilidad en Valencia y finalmente la luz al final del túnel en este 2018, cuando consiguieron por fin tener un niño sano gracias al tratamiento de diagnóstico genético preimplantacional (PGT, por sus siglas en inglés) al que se sometieron de la mano del doctor Juan Giles en la clínica IVI de Valencia. “Fueron cinco meses de pruebas. Pero ese parón me vino bien porque estaba emocionalmente supertocada”, recuerda Loli. “También tenía que pasar el duelo; fue muy duro”.
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