Las llaman bebidas energéticas, pero sería más correcto denominarlas excitantes, y son consumidas habitualmente por casi el 70% de los adolescentes entre 10 y 18 años (de los que el 12% consume más de 7 litros al mes), y casi el 20% de los niños entre 3 y 10. Hacia ellos se dirigen las agresivas campañas de publicidad que pueblan el imaginario colectivo de supuestos efectos beneficiosos sobre el rendimiento y la capacidad de concentración, a pesar de que desde años la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) no permite que los fabricantes de estas bebidas las atribuyan tales propiedades. Divulgadores y expertos llevan tiempo advirtiendo de los numerosos efectos perjudiciales que su alta concentración de azúcar y cafeína pueden tener sobre la salud de los menores, principales consumidores de estos productos.
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