Los problemas en la familia de Rogelio Fernández empezaron cuando su hijo cumplió ocho años. Se dieron cuenta de que el niño era adicto al móvil. «Siempre había sido tranquilo y empezó a comportarse de un modo diferente. Cuando le quitábamos el smartphone después de una hora se enfadaba, salía corriendo hacia su habitación y cerraba la puerta», cuenta el padre. Un día se lo encontró gritando y llorando, frustrado porque no había conseguido pasarse una pantalla de un juego. «¿Estamos haciendo algo mal? ¿Es este el comienzo de algo más grave?», se preguntaron los padres. Decidieron llamar a una línea de atención telefónica del Instituto Nacional de Ciberseguridad (INCIBE) y, siguiendo las indicaciones de un psicólogo, la situación mejoró apenas un mes después.
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