“Familia, religión, patria. Son las tres cosas que debes traicionar para conseguir el éxito”. Lo dijo el personaje del señor Burns en un discurso de motivación empresarial a los niños de Springfield en un episodio de Los Simpson. Era una parodia del capitalismo sin frenos ni normas morales, del individualismo como medio y fin, de la ambición como único eje de la vida. Paradójicamente, la propuesta amoral del señor Burns (y de American Psycho y de El lobo de Wall Street) concuerda en su punto de partida con la ética de los revolucionarios clásicos: ambos señalan la familia, la religión y la patria como lastres de un mundo pacato y opresivo que hay que destruir sin piedad para volar alto. Uno de los libros fundacionales del marxismo se titula El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, de Friedrich Engels. El revolucionario barbudo y el ejecutivo con gomina tienen en común que detestan por igual la familia. Ambos se ven a sí mismos como vanguardia iconoclasta, cada cual en su estilo, y creen que la familia (dejaré la religión y la patria para otro día) es un asunto de señores conservadores y temerosos de Dios.
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