Cuando yo llegué al cole, los columpios eran de metal y el suelo de la zona de juegos una alternancia de grava en verano y barro en invierno. Entonces, al que hacía bullying lo llamábamos abusón; normalmente, a gritos, a suficiente distancia para que no nos pillase corriendo ni tampoco de una pedrada. Mientras escapábamos, sabíamos que mañana habría que verlo de nuevo, pero mañana sería otro día…
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