Carmen García —mujer de barrio de 70 años y sonrisa constante— abre una inmensa olla exprés en su diminuta cocina. Coge el cazo y remueve un embriagador potaje de berza, alubias y morcilla en el que los ocho de su casa hoy han metido la cuchara. A la hora de la siesta de una tarde cualquiera en El Puerto de Santa María (Cádiz), dos de sus 14 nietos juegan a la Play; su esposo, enfermo de bronquitis crónica, descansa en el dormitorio contiguo. «Con la pensión de mi marido viviríamos bien los dos. Pero, claro, tengo que hacer comida para todos y pagar la luz y el agua de tres casas, la mía y la de dos hijos… ¡Ah! Y el Ocaso, porque si te mueres, los muertos no van a venir a llevarte gratis», suelta García, entre la guasa y el humor negro.
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