Y entonces fue cuando lo dijo.
«¡Sí que lo tienes bien adiestrado!».
Bien. Adiestrado.
Me vinieron a la mente varias respuestas.
Que me preocupa quedarme calva del estrés, una. Que me había pasado la tarde anterior rascando del retrete los restos de vómito de mi marido. Que me había pasado la mañana intentando convencer a mi hijo para que comiera un poco de yogur y persiguiéndole por el salón mientras chillaba «¡Mamááá! ¡Pelota! ¡PELOTA!». Que tengo la teta derecha (megateta) el doble de grande que la teta izquierda (flappy flap, flácida y caída) gracias a una lactancia prolongada que he tratado de suspender sin éxito (búscame tú una forma mejor de hacer que mi hijo se quede dormido por las noches).
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[fa type=»file-text»] Fuente: Huffington Post
[fa type=»camera”] Autor de la imagen: Sarah | Flickr