La conversación es real. Se trata de dos chavales de no más de 13 años que salen del colegio, tiran sus mochilas en un banco y cogen sus móviles de última generación antes que el bocadillo de la merienda. Abel y Marco (nombres ficticios para proteger su identidad) viven ‘enganchados’ al móvil. No lo ocultan ni se avergüenzan de ello. Son conscientes de que sin sus smartphones no serían los mismos. Son su oscuro objeto de deseo, su «tesoro», parafraseando a Sméagol y su anillo.
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[fa type=»file-text»] Fuente: El Mundo