Rosa enviudó el pasado agosto y desde entonces carga sobre sus hombros con un pesado silencio. Solo la llamada de una amiga cada día a las nueve de la noche achica un poco el vacío. Siendo ella una de las últimas habitantes de una de esas aldeas del Ayuntamiento gallego de Betanzos (A Coruña) que no deja de menguar, ese es prácticamente el único momento en el que se comunica con alguien. “Charlamos durante media hora. No criticamos a nadie pero comentamos cosas y la hago reír”, cuenta Pilar, la voz amiga de Rosa, una de las colaboradoras del proyecto Familia Aberta, impulsado por la orden religiosa de los franciscanos en Galicia para combatir la epidemia silenciosa de la soledad que se extiende sin freno por los hogares occidentales.
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