Un día cualquiera, a una hora cualquiera y en cualquier lugar (¡del mundo!): un grupo de adolescentes sumergidos en sus móviles, se comunican con otros, incluso con el que tienen físicamente al lado, a través de chats y fotos de su dispositivo. Y padres que insisten en resistirse: “Si tienes algo que decir, ¿por qué no lo haces cara a cara?”, preguntan ingenuamente. Una estampa familiar, ¿no? Queridos padres, que sois los niños de antaño, bienvenidos a estos tiempos. A los que viven nuestros hijos, que, admitámoslo, se comunican de otra manera a la que teníamos nosotros y en la que el tono de voz y lenguaje no verbal tenían un peso. La irrupción de las tecnologías, internet y las redes sociales arrasa de manera imparable. Pero, a ver, quizá esto no necesariamente es malo. Por eso nuestro desafío no debiera ser cómo detenemos esta tendencia, sino intentar entenderla. Lo primero, dejar de tenerle miedo a esta nueva socialización (nos guste o no, pero es así), aprender de ella, buscar un razonable equilibrio y, sobre todo, educar a nuestros hijos en el uso seguro y sano de las redes sociales.
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