Es casi inevitable. Un teléfono móvil sobre la mesilla, abandonado. El propietario está en la ducha, oyes el agua correr. Sabes que dispones de unos 5 minutos antes de que se dé cuenta de que no tiene bajo su control ese apéndice de su cuerpo en el que se ha convertido el smartphone. Algo te dice que no debes mirar, que no está bien, que no puedes bucear en su vida de apenas 15 años, que tiene derecho a su intimidad. Pero de inmediato te respondes que, al fin y al cabo, la conexión a internet de este aparato que guarda la vida de tu hijo la pagas tú.
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[fa type=»file-text»] Fuente: La Vanguardia
[fa type=»camera”] Autor de la imagen: Flavio Ronco | Flickr