Cuando la madre de Rafael, hijo único de 11 años, llegó a nuestra consulta de Coaching Club, su estado de ánimo se encontraba próximo a la desesperanza: en el colegio detectaron su total desinterés por establecer nexo social de tipo alguno con sus compañeros. Había optado por aislarse en el recreo, limitándose a la mera contemplación de los juegos colectivos de los otros niños. (…)
Pese a que compartía el ordenador con sus padres y estos tenían acceso a su cuenta de Facebook, el niño se las ingenió para generar otra identidad, fuera del alcance de sus progenitores, a la que había vinculado casi 1.500 amigos, clasificados en categorías por proximidad emocional y afecto, con los que interactuaba hasta tal punto que esta vida virtual paralela había sustituido por completo a la real.
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