No seré yo quien niegue que ser padre ha sido uno de los mayores regalos que me ha dado la vida. Esta celebración es cada día el mejor recordatorio que tengo para continuar viviendo hacia el futuro. Ahora bien, eso no significa que yo comulgue con esa nueva «mística» de la paternidad que está llevando a algunos hombres a vivir su papel de progenitores como si fueran auténticos héroes. Tengo la impresión de que, salvo en contadas excepciones, no se trata más que de otra forma de prorrogar nuestro señorío patriarcal. En toda esa exaltación de los buenos padres, que se nos plantea como una puerta abierta hacia un mundo más igualitario, se suele obviar que sin transformaciones paralelas en lo público, lo privado no bastará para construir un nuevo pacto social.
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