Maia, el ángel rubio que ilustra estas páginas, es la última chiquilla que ha muerto a manos de su padre en un episodio que, según las investigaciones en curso, puede calificarse de violencia de género. Pero no ha sido la primera del año. La triste lista empezó en febrero con Aramis, que apenas rozaba un año. Tras una fuerte discusión con su madre, el padre se tiró con la niña por la ventana de un hospital. Antes gritó: «Te voy a dar donde más te duele». El 2017 es un año récord de pequeños asesinados por sus padres, en muchos casos por venganza hacia las madres, desde que el Gobierno contabiliza a estas víctimas de forma específica. Fueron cuatro niños en 2010, seis en 2013, uno el año pasado… Ocho desde este enero y hasta el cierre de esta edición, el viernes pasado. Éstas son sus historias. Las de los niños, siempre inocentes. Las de los padres que, como Saturno, los devoraron -o como Medea, despechada con el hombre que la traicionó, se vengó matándolos-. Y las de las mujeres, algunas asesinadas con sus vástagos, otras vivas pero rotas.
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