Imagínese que entra en una gigantesca biblioteca, como las de Borges, y que los libros no están clasificados. Hay miles de volúmenes con lomos de colores brillantes que reclaman su atención, pero no sabe cuál escoger. Se detiene en uno por azar, pero descubre que no lleva título. Hay otro en la siguiente estantería en el que se fija, más que nada por la suave piel de la encuadernación, pero tiene faltas de ortografía. Comienza a abrir un tercero pero lo que cuenta no es verosímil. Algo así les ocurre a los niños y adolescentes de ahora. Tienen a su disposición más información que nunca, de una forma accesible e instantánea, pero no siempre saben cómo valorarla y utilizarla y se pierden por las interminables escaleras de Babel.
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