La revolución se desató en 2014 con el movimiento de las autodenominadas malas madres, mujeres que denunciaban, en clave de humor, la desigualdad en la crianza y el reparto de tareas domésticas. Su objetivo no era extremadamente ambicioso. O sí, depende cómo se mire: encabezadas por la creativa de publicidad Laura Baena, tan solo querían mostrar que ellas también eran humanas y tenían aficiones, deseos y derecho a descansar.
La socióloga israelí Orna Donath, autora de Madres arrepentidas (Reservoir Books, 2016), agitó aún más la polémica al afirmar que el instinto maternal no existía y que muchas madres, aun queriendo a sus hijos, preferirían no haberlos tenido.
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[fa type=»file-text»] Fuente: El País Semanal
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