«Me lo pasaba tan bien que se me iba el día entero sin darme cuenta. Si estaba 20 horas o más frente a la pantalla del ordenador era como si hubieran pasado veinte o treinta minutos». La cara de Daniel, de 17 años, se ilumina al recordar su vida anterior a junio, cuando sus padres —asesorados por el orientador del instituto al que ya nunca acudía— le obligaron a ir a una terapia para atajar su ‘adicción’ a Internet. «Mi día a día era levantarme. Si acaso, ir al instituto, al baño, dos o tres veces, comer y el resto estar en el ordenador. Acostarme a las tres de la madrugada, si no a las 6 algunos días, después de jugar a videojuegos, escuchar música o ver una peli o una serie. Siempre he sido de estar solo, haciendo lo que quiero, tranquilo y sin que nadie me moleste».
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