En el primer piso en el que vivimos, había un jardín comunitario de buenas dimensiones, con césped, algún árbol, unos bancos, y poco más. No había instalaciones deportivas, ni piscina, ni zonas de juegos infantiles. Era un edificio con muchos años, pero los pocos niños que vivían allí podían bajar a jugar al jardín, mientras que los padres les vigilábamos desde la ventana.
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