«No entres en Internet, sin supervisión. ¡Es peligroso!» ¡Cuántas veces hemos oído o articulado esta expresión dirigiéndonos a nuestros hijos. Unos niños que han nacido con esta tecnología y que ven en ella un mundo por descubrir. Como adultos experimentados conocedores de las bondades y maldades de la Red de redes pero, sobre todo, de estas últimas, nuestra primera reacción es la protección más absoluta: levantar barreras cuanto más altas mejor. En el caso de Internet, la traducción es limitar el acceso a determinados sitios web mediante los llamados «software de control parental». Nuestra intención es lícita y nuestro propósito inteligible. Dentro del núcleo familiar nos puede el instinto de protección.
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